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Las guerras son heridas que tardan décadas, incluso siglos, en cicatrizar. La batalla de Gallipoli, por ejemplo, está todavía muy presente en las sociedades australiana y neozelandesa, hasta el extremo que 75 años después de las 10.000 bajas que ambos países sufrieron en tierras turcas se institucionalizó el Anzac Day, el Día en el que se rememora a todos los soldados que perdieron la vida en aquella batalla de la I Guerra Mundial. Actualmente, dicha celebración se ha extendido a todos los que sirvieron y murieron en guerras, conflictos y misiones de paz, como la Batalla de Singapur durante la II Guerra Mundial, en la que que 22.000 soldados australianos se rindieron antes de entrar en combate contra los japoneses por razones estratégicas. De ellos, 9.000 fueron enviados a la construcción del Burma-Thailand Railway o “Death Railway”, para unir Bangkok con Rangún.
El 15 de febrero de 1942, Singapur, la principal base militar británica en el sudeste asiático, caía en manos japonesas, pero en 1943 Japón estaba al límite de sus fuerzas, sufría escasez de recursos y estaba perdiendo la guerra, por lo que era imperiosa la construcción de un ferrocarril que interrumpiese el suministro de armamento aliado al ejército nacionalista chino, permitiese la conquista de la India y fortaleciese el frente birmano mediante el envío de efectivos y material. Pero no disponía de dinero, maquinaria y tiempo. Aun así, creía que era posible gracias a su indómito espíritu y a los 300.000 esclavos asiáticos y occidentales con los que contaba.
Los japoneses consideraban que la puesta en marcha del mencionado ferrocarril marcaría un hito en la historia al construirlo sin maquinaria europea y en poco más de un año, cuando los ingleses estimaban que se necesitaban seis. Representaría el momento en que su visión de futuro se convertiría en el nuevo motor del progreso mundial y para ello llevaron a los esclavos, que se podían dividir en tres grupos: enfermos, muy enfermos y moribundos, al límite de sus posibilidades. Desnudos, sin nada más que cuerdas y estacas, martillos y barras, cestos de paja y azadas, desbrozaron la jungla, horadaron rocas y transportaron carriles y traviesas. Pasaron hambre, sufrieron palizas y trabajaron hasta desfallecer y morir, de hecho, uno de cada tres perdió la vida durante las obras.
Partiendo de estos hechos históricos, el novelista tasmano Richard Flanagan publicó en 2013 El camino estrecho al norte profundo, que se inspira en dos testigos directos de la construcción del «Ferrocarril de la Muerte», su propio padre y el héroe Edward «Weary» Dunlop, médico australiano que al igual que el protagonista de la novela trató de cuidar a sus hombres de la desnutrición, las enfermedades y las torturas, además de negociar las mejores condiciones de trabajo para ellos. En ella describe con gran crudeza y realismo el horror inimaginable que fue dicha obra, y aborda aspectos como el sufrimiento humano o lo difícil que es vivir después de sobrevivir. Se alzó con el Premio Man Booker en 2014 y su título proviene de un poemario de Matsuo Bashō, el gran escritor japonés del siglo XVII que tanto se esforzó por dignificar el haiku, composición recurrente a lo largo del relato.
Para la trágica historia de la humanidad siempre quedará que el 25 de octubre de 1943 la locomotora a vapor C 5631, que hoy se conserva en el Museo Yushukan de Tokio, remolcó tres coches con dignatarios japoneses y tailandeses, y recorrió el trazado completo del “Ferrocarril de la Muerte”, parte del cual lo hemos podido ver en películas como El puente sobre el río Kwai o Un largo viaje. Sin embargo, dicha infraestructura perdió su razón de ser y a sus valedores en el momento que Japón se rindió. Los ingenieros y guardias de la obra fueron encarcelados o repatriados y los esclavos que habían quedado para mantenerla, liberados. Pocas semanas después del fin de la guerra los tailandeses la abandonaron, los ingleses la desmantelaron y los pueblos locales la despedazaron y la vendieron.
DATOS BIBLIOGRÁFICOS
- Autor: Richard Flanagan
- Título: El camino estrecho al norte profundo
- Editorial: Random House
- Año de edición: 2016
- Páginas: 445